Hace muchos años, una adivina de esas que predicen tu futuro
con exactitud incierta y conocen tu pasado mejor que una misma, me visualizó en
una de mis vidas anteriores. Me dijo que había sido una mujer muy rica,
influyente y noble. De esas con mucho poder, tanto, que parte de la historia
europea podría haber pasado por mis manos, o más bien por mis desposorios. Sin embargo, la riqueza no me dio sentido
común, ni el don de la misericordia, ni mucho menos el de la humildad. Fui
injusta con los más desfavorecidos sin importarme las consecuencias para ellos.
Ahora entiendo por qué en esta vida, no soporto las atrocidades que se están
cometiendo, revolviéndome por dentro la hipocresía social. Debo de estar
pagando eso que llaman karma, por
culpa de un pasado que no recuerdo. La pitonisa sentenció su visión diciéndome
que le aparecía todo el rato el nombre de Margot. No le di mayor importancia.
Durante unas vacaciones a Viena, me fui al museo
Kunsthistorisches. Paseando por una de sus salas, me paré en seco ante uno de
sus cuadros. Un escalofrío me recorrió la espalda de arriba abajo, palideciendo
por segundos. Mi hermana, al verme sin color y sin vida, se acercó. Me miró,
observó el cuadro, me volvió a mirar: “¡Ostras, pero si eres tú de pequeña!”.
No podíamos salir de nuestro asombro. La niña del cuadro se parecía mucho a mí,
con los cachetes rojizos, corte de pelo parecido y semblante serio. ¿Parecidos
razonables? Para mí un parecido extraordinario. Se trataba de un cuadro de Velázquez:
La Infanta Margarita vestida de rosa.
Indagué sobre el personaje. Resultó ser una de las
protagonistas del cuadro Las Meninas, claro que ahí ya estaba más rubia, como
yo. Las malas lenguas decían que volvió loco al pintor con sus travesuras de
niña inquieta, como yo. Que su piel era blanca, como la mía y que adoraba a los
perros, como yo. Su figura fue muy importante en la política europea de la
época, yo aún no me he presentado a las elecciones, todo se andará. Murió a los
veintiún años al dar a luz a su cuarta hija. Puedo respirar tranquila, que ya
le doblo la edad.
No sé qué pensar. Me quedo con el misterio que dan las
anécdotas que carecen de respuesta coherente, con la empatía que tengo con la
protagonista y sobre todo, con la fascinación que me produce este cuadro.
Si existe la reencarnación, puede que yo haya sido una
menina, haya conocido al gran Diego Velázquez y los más íntimos me llamasen
Margot.
Manuela Guimerans Ferradás